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Había una vez un hombre que calumnió grandemente a un amigo suyo, todo por la envidia que le tuvo al ver el éxito que este había alcanzado.


Tiempo después se arrepintió de la ruina que trajo con sus calumnias a ese amigo, y visitó a un hombre muy sabio a quien le dijo:


"Quiero arreglar todo el mal que hice a mi amigo. ¿Cómo puedo hacerlo?",
a lo que el hombre respondió: "Toma un saco lleno de plumas ligeras y pequeñas y suelta una donde vayas".

El hombre muy contento por aquello tan fácil tomó el saco lleno de plumas y al cabo de un día las había soltado todas.


Volvió donde el sabio y le dijo: "Ya he terminado",

a lo que el sabio contestó: "Esa es la parte más fácil.
Ahora debes volver a llenar el saco con las mismas plumas que soltaste.
Sal a la calle y búscalas".


El hombre se sintió muy triste, pues sabía lo que eso significaba y no pudo juntar casi ninguna.

Al volver, el hombre sabio le dijo:


"Así como no pudiste juntar de nuevo las plumas que volaron con el viento, así mismo el mal que hiciste voló de boca en boca y el daño ya está hecho. Lo único que puedes hacer es pedirle perdón a tu amigo, pues no hay forma de revertir lo que hiciste".

"Cometer errores es de humanos y de sabios pedir perdón".

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Que es la Cuaresma

La Cuaresma es el tiempo litúrgico de conversión, que marca la Iglesia para prepararnos a la gran fiesta de la Pascua. Es tiempo para arrepentirnos de nuestros pecados y de cambiar algo de nosotros para ser mejores y poder vivir más cerca de Cristo.

La Cuaresma dura 40 días; comienza el Miércoles de Ceniza. Y termina antes de la Misa de la Cena del Señor del Jueves Santo. A lo largo de este tiempo, sobre todo en la liturgia del domingo, hacemos un esfuerzo por recuperar el ritmo y estilo de verdaderos creyentes que debemos vivir como hijos de Dios.

El color litúrgico de este tiempo es el morado que significa luto y penitencia. Es un tiempo de reflexión, de penitencia, de conversión espiritual; tiempo de preparación al misterio pascual.

En la Cuaresma, Cristo nos invita a cambiar de vida. La Iglesia nos invita a vivir la Cuaresma como un camino hacia Jesucristo, escuchando la Palabra de Dios, orando, compartiendo con el prójimo y haciendo obras buenas. Nos invita a vivir una serie de actitudes cristianas que nos ayudan a parecernos más a Jesucristo, ya que por acción de nuestro pecado, nos alejamos más de Dios.

Por ello, la Cuaresma es el tiempo del perdón y de la reconciliación fraterna. Cada día, durante toda la vida, hemos de arrojar de nuestros corazones el odio, el rencor, la envidia, los celos que se oponen a nuestro amor a Dios y a los hermanos. En Cuaresma, aprendemos a conocer y apreciar la Cruz de Jesús. Con esto aprendemos también a tomar nuestra cruz con alegría para alcanzar la gloria de la resurrección.

La duración de la Cuaresma está basada en el símbolo del número cuarenta en la Biblia. Se habla de los cuarenta días del diluvio, de los cuarenta años de la marcha del pueblo judío por el desierto, de los cuarenta días de Moisés y de Elías en la montaña, de los cuarenta días que pasó Jesús en el desierto antes de comenzar su vida pública, de los 400 años que duró la estancia de los judíos en Egipto.
En la Biblia, el número cuatro simboliza el universo material, seguido de ceros significa el tiempo de nuestra vida en la tierra, seguido de pruebas y dificultades. La práctica de la Cuaresma data desde el siglo IV, cuando se da la tendencia a constituirla en tiempo de penitencia y de renovación para toda la Iglesia, con la práctica del ayuno y de la abstinencia. Conservada con bastante vigor, al menos en un principio, en las iglesias de oriente, la práctica penitencial de la Cuaresma ha sido cada vez más aligerada en occidente, pero debe observarse un espíritu penitencial y de conversión.

Reflexionando la palabra de Dios
Del Segundo domingo de Cuaresma
Del Evangelio de San Mateo (9,28-36)


El relato de la transfiguración de Jesús es sorprendente. Por un momento parece que Pedro, Santiago y Juan salen de la vida ordinaria y que desde la cumbre de aquel monte contemplan, lo que es el otro mundo, es decir que contemplan de alguna manera la gloria de Dios. Podemos decir eso o podemos decir simplemente que ven la realidad tal cual es o que la ven tal como Dios la ve. En lo alto de la montaña redescubren a Jesús y perciben su más profunda realidad, entienden su relación profunda, de filiación, con Dios, comprenden la novedad que trae no sólo para sus vidas sino para nuestro mundo. Allí están Moisés y Elías para dar testimonio de que Jesús abre paso a una nueva etapa en la historia de la humanidad.

La experiencia de los apóstoles consiste entonces en ir más allá de las apariencias, de lo ya sabido y encontrarse con la realidad de Jesús tal cual es. O, lo que es lo mismo, tal como Dios la ve no puede haber diferencia en ese punto. El primer mensaje que nos lanza este Evangelio es que debemos hacer el esfuerzo de abrir los ojos y ver la realidad tal como es, tal como Dios la ve. ¿Significa esto subir a lo alto de una montaña y tener una visión mística? Ciertamente que no. Significa sobre todo abrir bien los ojos y ver más allá de las apariencias y de nuestros prejuicios. Hoy en dia debemos de darnos cuenta de la realidad que vivimos y no dejarnos llevar por lo que es mas fácil, en medio de esta realidad, de los prejuicios tenemos que descubrir a Dios que lo único que desea es que cada uno de nosotros se salve y disfrute de su Gloria eterna.

Por el Seminarista: Francisco Rafaél Pastrana
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